Las perspectivas son verdaderamente
funestas; en algunas décadas el sistema quedará colapsado. Habrá luchas
pavorosas por las pocas reservas de energías fósiles que vayan quedando
en el planeta. El cambio climático originará desastres naturales,
especialmente en las áreas subtropicales y ecuatoriales.
En los países pobres aumentará la crisis alimentaria, mientras que en
el Primer Mundo el estado del bienestar quedará desmontado en pocos años
y la clase media se verá empobrecida.
¿Hay alternativa a estos aciagos
presagios? En estos momentos parece difícil porque hay un grave problema
que subyace a la crisis económica y que, probablemente, está en el
origen de todos los males: la ambición patológica del ser humano,
aderezada por la actual crisis de valores de buena parte de la
población. Todavía la humanidad se encuentra a la espera de una
revolución ética, de la misma magnitud que la tecnológica. Un vuelco en
la conciencia que nos permita superar, después de varios milenios de
Historia, la miseria moral del ser humano. No se trata de ninguna idea
nueva, pues ya Aristóteles, indicó que el desarrollo de la conciencia
ética era el único camino factible para alcanzar la felicidad.
Una felicidad que ha brillado por su ausencia a lo largo de la
Historia, precisamente por la inexistencia de esa ética. Nada tiene de
particular que Friedrich Hegel, en el primer tercio del siglo XIX,
afirmase certeramente que la felicidad eran páginas en blanco dentro de
la Historia. Lo cierto es que, una vez desencadenada dicha revolución,
sobre esa nueva ética colectiva, sería factible un cambio de rumbo,
estableciendo un nuevo sistema sobre la base de cinco pilares:
Primero, la instauración de
democracias reales y participativas, con listas abiertas, con partidos
que funcionen de abajo arriba y no al revés. Asimismo, se deberían
implantar leyes electorales que otorguen el mismo valor a todos y cada
uno de los votos emitidos por los ciudadanos. Los movimientos populares,
iniciados en el mundo árabe, y continuados en algunos países
occidentales, como el 15M, pueden abrir brecha en ese sentido.
Segundo, el cosmopolitismo que debería sustituir al nacionalismo y al patrioterismo.
No en vano, el nacionalismo exacerbado ha sido una de las peores lacras
del mundo contemporáneo, siendo responsable de la casi todas las
guerras internacionales y los genocidios. En cambio, el cosmopolitismo
genera lo contrario, es decir, inclusión, pues parte de la base
solidaria de que todos somos integrantes del cosmos. No es tan difícil
concienciarnos de que antes que europeos, africanos, americanos o
asiáticos, somos ciudadanos del mundo, pasajeros de un navío llamado
Tierra.
Tercero, la redistribución de la
riqueza a nivel mundial que debería sustituir a la actual división
desigual del comercio y al concepto de la acumulación capitalista. El
control o la supresión de las multinacionales, así como de los
organismos económicos internacionales que las amparan, sería un buen
punto de partida. No es tolerable que casi mil millones de seres humanos
estén pasando hambre en el mundo, mientras que una buena parte de la
población del Primer Mundo sufre problemas de sobrealimentación.
Cuarto, una disminución drástica del
consumo superfluo, lo que provocará un decrecimiento sostenible. El
futuro de la humanidad pasa necesariamente por el final de la era
consumista, provocada por el propio sistema capitalista que alienta al
consumo, con masivas campaña mediáticas y publicitarias.
Y quinto, una concienciación
ecológica real que nos permita respetar el planeta en el que vivimos.
Desde el Neolítico se inició una depredación del medio que ha continuado
hasta la Edad Contemporánea, cuando ésta ha alcanzado niveles
verdaderamente inasumibles. Si queremos sobrevivir como especie,
necesitamos recuperar la armonía con la madre naturaleza.
¿Son utópicos estos planteamientos?
Obviamente sí, entre otras cosas porque en estos momentos estamos lejos
de esa necesaria revolución ética. Pero el mundo no necesita pesimistas
sino todo lo contrario. Ya Karl Marx revisó la historia de la humanidad
no sólo con la idea de reinterpretarla, sino también con la intención de
influir en el cambio. Si los millones de descontentos, que proliferan
por doquier en el mundo, tanto en el Norte como en el Sur, asumieran
estos principios esenciales, se sentarían las bases de una nueva era
para la humanidad. En medio de la actual zozobra, cada vez somos más los
que pensamos que es posible un mundo sin guerras, sin esclavos, sin
diferencias de clase, sin totalitarismos, sin mafias y sin millones de
hambrientos. La actual crisis podría despertar la conciencia colectiva
de la clase trabajadora que se ha mantenido aletargada en las últimas
décadas.
El ser humano ha sido capaz de lo
mejor y de lo peor, moviéndose siempre entre la razón y la locura. En
unas circunstancias puede convertirse en el ser más perverso de la
Tierra, pero en otras puede obrar el milagro de la reconducción de su
propia existencia. No nos queda otra cosa que lo de siempre: la
esperanza. ¡Suerte!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario